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Un raro ecosistema submarino ubicado frente a la costa occidental de Cuba y
caracterizado por una simbiosis llamativa entre bacterias y crustáceos, y por la
conducta también singular de estos últimos, demuestra la viabilidad de tal
sistema, en unas condiciones similares a las que podrían existir en el océano
subterráneo de Europa, un satélite de Júpiter.
Aglomeración notable de individuos de Rimicaris hybisae. (Foto: Chris German, WHOI/NSF, NASA/ROV Jason ©2012 Woods Hole Oceanographic Institution)
Este ecosistema extraño reside en uno de los campos de fumarolas volcánicas
submarinas más profundos del mundo, cuyo descubrimiento data tan solo de 2009.
Allí, diminutos crustáceos, de la especie Rimicaris hybisae, se apilan unos
sobre otros, capa sobre capa, arrastrándose sobre las chimeneas de roca que
expelen agua caliente. Las bacterias dentro de las bocas y otras partes de los
crustáceos producen materia orgánica que alimenta a estos animales. Esta es pues
la fuente principal de alimentación de dichos crustáceos, aunque se tiene
constancia de que a veces practican también el canibalismo.
Las bacterias de las fumarolas pueden prosperar en un ambiente extremo como
este gracias a la quimiosíntesis, un proceso que no requiere luz solar y que
implica a organismos obteniendo energía de las reacciones químicas. En este
caso, las bacterias usan sulfuro de hidrógeno, una sustancia abundante en las
fumarolas, para fabricar materia orgánica. Las temperaturas en las fumarolas
pueden subir hasta unos abrasadores 400 grados centígrados (unos 750 grados
Fahrenheit), pero las aguas a poco más de un par de centímetros (una pulgada) de
distancia son lo bastante frías para permitirles a los crustáceos su estancia
allí. Estos animales son ciegos, pero poseen receptores térmicos en la parte
trasera de sus cabezas.
En concentraciones altas, el sulfuro de hidrógeno es tóxico para los
organismos, pero las bacterias que alimentan a los crustáceos necesitan una
cierta cantidad de esta sustancia para sobrevivir. La naturaleza ha encontrado
una solución para el dilema: La posición de los crustáceos justo en la frontera
entre el agua oceánica normal y oxigenada, y el agua rica en sulfuro, de manera
que ellos y las bacterias puedan coexistir en armonía.
Chris German, del Instituto Oceanográfico de Woods Hole (WHOI) en
Massachusetts, Max Coleman, del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la
NASA en Pasadena, California, y Cindy Van Dover, de la Universidad Duke en
Durham, Carolina del Norte, todas estas instituciones en Estados Unidos, figuran
entre quienes han estado investigando este exótico ecosistema. Sus implicaciones
para la astrobiología han sido lo bastante claras como para merecer financiación
de la NASA.
El objetivo general de esta línea de investigación es ver cuánta vida o
biomasa puede ser mantenida por la energía química de las fumarolas
hidrotermales.
El descubrimiento de las fumarolas hidrotermales del fondo oceánico en 1977
rompió muchos dogmas sobre la vida. Se demostró que en la oscuridad perpetua del
fondo del mar es factible la existencia estable de ecosistemas bastante
complejos sostenidos por tales fumarolas y basados en el uso de la energía
química para producir nutrientes, en vez de la energía de la luz solar utilizada
por la mayoría de los vegetales y que es la base esencial de los ecosistemas en
la superficie.
Las fumarolas hidrotermales se forman en el lecho oceánico debido al
movimiento de las placas tectónicas. Donde el fondo del mar se vuelve delgado,
el magma caliente bajo la corteza crea una hendidura de la que brota agua
calentada por los procesos geotérmicos, que alcanza temperaturas capaces de
superar los 400 grados centígrados.
En los últimos años está cobrando cada vez más fuerza en la comunidad
científica la creencia de que la vida en la Tierra se inició en fumarolas
hidrotermales del fondo del mar. Por tanto, los ecosistemas como el investigado
frente a Cuba podrían aportar pistas sobre cómo surgieron las primeras formas de
vida en nuestro planeta. También permiten vislumbrar las características básicas
de eventuales ecosistemas de este tipo en lugares extraterrestres con ciertas
similitudes ambientales, como por ejemplo el océano subterráneo de la luna
Europa.
La vida microbiana es la más simple, y por tanto la que más probabilidades
tiene de existir en cualquier lugar, como por ejemplo la luna Europa. En cuanto
a si podría existir en Europa vida más compleja, y concretamente un animal como
el Rimicaris hybisae, ello depende mucho de la cantidad real de energía que sea
liberada allí, a través por ejemplo de fumarolas hidrotermales, tal como apunta
Emma Versteegh, investigadora del JPL.
me gusta lo veo interesante
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