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Es muy poco lo que se sabe de las condiciones exactas que reinaron en las
diversas partes de la Tierra en el pasado remoto, no mucho después de su
formación. Alguno de los ambientes resultantes debió ser el que permitió que la
complejidad química creciera hasta dar origen a estructuras autoorganizadas que
desembocaron en la formación de los primeros sistemas calificables como
vivientes. Pero ¿cuál fue ese ambiente?
Las fisuras en la corteza terrestre generadas por
la acción de fallas tectónicas aportaron un suministro de agua y gases idóneo
para la formación de vida. (Imagen: Universidad de Duisburgo-Essen)
Aunque se ha venido creyendo que el medio acuático poco profundo fue el que
ejerció de crisol de la vida, en realidad, no se sabe a ciencia cierta. La vida
pudo surgir en torno a las fumarolas hidrotermales de las profundidades
oceánicas, como ahora una parte importante de la comunidad científica cree.
Otras opciones también son plausibles. Ni siquiera puede descartarse que las
primeras formas de vida de la Tierra no se gestasen aquí sino que llegaran a
bordo de meteoritos desde otro mundo, por ejemplo Marte. Ante tanta
incertidumbre, los posibles procesos que pudieron dar inicio a la vida en la
Tierra no pueden ser ni demostrados ni descartados.
El equipo del geólogo Ulrich Schreiber, de la Universidad de Duisburgo-Essen
en Alemania, cree que la corteza continental ha sido indebidamente pasada por
alto en este debate sobre el origen de la vida, y que en ella podría estar la
clave de dicho origen. Esta región ofrece las condiciones ideales para el origen
de la vida, según valoran estos científicos.
Su atención se dirige especialmente a las zonas profundas de fallas
tectónicas que están en contacto con el manto de la Tierra. Un ejemplo está en
la zona volcánica de Eifel en Alemania; allí ejercen de canales por los que un
suministro constante de agua, dióxido de carbono y otros gases asciende hacia la
superficie. Esta mezcla fluida contiene todos los ingredientes necesarios para
la química orgánica prebiótica.
Uno de los aspectos más intrigantes es la presencia de dióxido de carbono
supercrítico a profundidades mayores de 800 metros. Este fluido supercrítico
combina las propiedades de un líquido con las de un gas, y brinda un disolvente
ideal para las reacciones químicas orgánicas. El dióxido de carbono supercrítico
actúa como un disolvente orgánico que permite las reacciones químicas que no
sucederían en un entorno acuoso, como el de los mares donde se ha venido
creyendo que surgió la vida. Además, el dióxido de carbono supercrítico forma
interfases con el agua y de este modo ofrece lo que en muchos aspectos es una
membrana de doble capa, el elemento más importante de las células.
Los pasos fundamentales de los mecanismos propuestos ya han sido reproducidos
con éxito en el laboratorio. Esto incluye la formación de vesículas a modo de
estructuras celulares simples o la combinación de aminoácidos haciendo que
cadenas de polímeros más largas formen la base para las proteínas y las enzimas.
Un detalle fascinante es el hecho de que estos procesos pueden ser demostrados
actualmente, ya que han dejado rastros en los minerales formados en las zonas de
falla de la Tierra primitiva.
Pequeñas inclusiones fluidas en ciertos cristales de cuarzo recolectados en
Australia por Schreiber contienen una gran colección de sustancias orgánicas.
Fueron encapsuladas a partir de fluidos presentes en la zona de falla durante la
formación de los cristales. Hoy en día, podrían ayudarnos a identificar la
química exacta que estaba teniendo lugar.
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