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En un descubrimiento que echa por tierra ideas de fuerte arraigo entre los
científicos acerca de los murciélagos, unos investigadores han comprobado con
gran sorpresa que ciertos murciélagos frugívoros a los que siempre se ha creído
incapaces de la habilidad de la ecolocalización (orientarse y localizar objetos
mediante los ecos de sonidos que emiten a modo de señales de sónar) en realidad
sí poseen dicha habilidad, aunque no la ejercen mediante la emisión de chillidos
como es lo habitual en los demás murciélagos, sino a través del propio ruido de
sus alas al batirlas para volar. Esta forma inesperada de ecolocalización es más
rudimentaria, pero aún así resulta útil. Queda sin embargo pendiente el enigma
de cómo exactamente estos murciélagos logran extraer información precisa de los
ecos de su aleteo.
Se ha descubierto que ciertos murciélagos
frugívoros a los que siempre se ha creído incapaces de la habilidad de la
ecolocalización (orientarse y localizar objetos mediante los ecos de sonidos que
emiten a modo de señales de sónar) en realidad sí poseen dicha habilidad, aunque
no la ejercen mediante la emisión de chillidos como es lo habitual en los demás
murciélagos, sino por el propio ruido de sus alas al batirlas para volar.
(Imagen: Current Biology, Boonman et al.)
El equipo de Yossi Yovel y Arjan Boonman, de la Universidad de Tel Aviv en
Israel, seleccionó un total de 19 individuos salvajes en representación de tres
especies de murciélagos frugívoros, ubicadas en posiciones diferentes del árbol
genealógico evolutivo. Y ha descubierto que todos ellos producen con sus alas
chasquidos (o “clicks”) útiles para la ecolocalización.
En los experimentos se constató además que los individuos de dos de las tres
especies triplicaban o quintuplicaban, e incluso más, el ritmo de los chasquidos
cuando eran colocados en un túnel oscuro, lo que implica que los chasquidos
emitidos con las alas son un recurso común de los murciélagos para orientarse.
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