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Los investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en
España han podido abordar por primera vez el estudio de comunidades microbianas
sin necesidad de catalogar o identificar de forma individual las especies
gracias a la información genética que han recuperado directamente de los
ambientes naturales.
Estany de Bergús (2.449 metros de altitud) con aguas frías, extremadamente pobres en alimento y sometidas a elevadas dosis de radiación ultravioleta. (Foto: JC Auguet)
“Esto nos permite caracterizar de manera sinóptica, como un todo, los
sistemas microbianos y observar, mediante una herramienta objetiva, cómo se
organizan y funcionan las comunidades biológicas y si merecen o no ser
explotados o conservados”, explica Emilio Casamayor, investigador en el Centro
de Estudios Avanzados de Blanes (CSIC).
Además, “es una aproximación muy útil para avanzar en el conocimiento de la
ecología y evolución del mundo microbiano pero también tiene aplicaciones en
estudios de bioprospección o de conservación”, añade el experto.
El estudio, realizado en los lagos de alta montaña de Aigüestortes, ha
permitido comparar los datos obtenidos a través de la nueva herramienta con
estudios previos sobre la microbiota de la parte más superficial (hasta cinco
metros de profundidad) de los océanos.
Los resultados permiten plantear por primera vez "la posibilidad de
desarrollar estudios de conservación con seres microscópicos", señala
Casamayor.
Los resultados, publicados en la revista Molecular Ecology, muestran que
mientras la variabilidad química y geológica de los océanos es muy homogénea en
superficie a lo largo de miles de kilómetros, en los lagos alpinos protegidos de
Aigüestortes esta variabilidad es muy alta en distancias cortas (pocos
kilómetros).
“Es una zona de contacto de tres tipos de sustratos geológicos, y esto la
hace peculiar respecto a otras zonas alpinas. Todos estos factores permiten que
se desarrollen especies muy distintas en distancias muy cortas, acumulando en
conjunto una gran riqueza genética. También nos permite plantearnos por primera
vez la posibilidad de desarrollar estudios de conservación con seres
microscópicos”, señala Casamayor.
Los microorganismos fueron los primeros seres vivos en aparecer en la Tierra
hace más de 3.000 millones de años. Desde entonces han estado interaccionando
con la química y la geología del planeta y han aprendido a utilizar un amplísimo
repertorio de fuentes de energía y de alimento para su supervivencia.
“Su diversidad no se encuentra en su forma o tamaño, sino que se esconde en
su metabolismo que se encuentra codificado bajo una amplísima variabilidad
genética. Ese metabolismo, que se combina como un trabajo en cadena en las
comunidades microbianas, es el que mantiene viable la biosfera”, concluye el
investigador del CSIC. (Fuente: CSIC)
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