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Las langostas suelen ser animales tímidos y solitarios que evitan activamente la
compañía de otras langostas. Pero cuando se ven forzadas a entrar en contacto
con sus congéneres, llega un punto en el que experimentan un cambio radical en
el comportamiento; entran en un estado gregario más “atrevido”, en el que se
sienten atraídas por la compañía de otras langostas. Este es el primer y
esencial paso hacia la formación de los tristemente famosos enjambres de
langostas
Reconstrucción informática de las células nerviosas en una langosta que producen serotonina. (Imagen: Universidad de Leicester)
La fuerza del número vuelve muy poderosos a estos insectos. Por más fácil que
nos resulte matar a una langosta, no lo será atrevernos a acercarnos a un
enjambre. El mismo miedo instintivo y prudente tienen otros animales ante estos
enjambres. Como una horda enfurecida y envalentonada, las nubes de langostas
conquistan campos de cultivo y devoran alimento a tal escala que arruinan
cosechas en una magnitud comparable a la de los estragos causados por
tempestades, sequías o incendios.
Unos biólogos han identificado en las langostas del desierto un grupo de
células nerviosas que activan el comportamiento gregario, o de “horda”, cuando
el individuo se ve forzado a estar acompañado por otros congéneres bajo las
condiciones necesarias.
Swidbert Ott, de la Universidad de Leicester en el Reino Unido, y Steve
Rogers, de la de Sídney en Australia, han averiguado cómo las células nerviosas
recién identificadas producen el neurotransmisor conocido como serotonina para
iniciar los cambios en su comportamiento y estilo de vida.
Las langostas solo tienen una pequeña cantidad de células nerviosas capaces
de sintetizar serotonina. Ott y Rogers han encontrado que este puñado tan
selecto reacciona de manera específica a la situación antedicha en que una
langosta se ve forzada a estar por primera vez con otras langostas. En el
transcurso de una hora, la producción de serotonina por estas células registra
un incremento notable.
Son estas pocas células las que, según parece, son las responsables de la
transformación de un insecto solitario en miembro de una muchedumbre.
Sin embargo, esta configuración cerebral cambia con la vuelta de las
langostas a su vida solitaria. Ott y Rogers lograron hacer su hallazgo gracias a
que contaron con langostas que acababan de hacerse gregarias y que hasta una
hora antes nunca habían entrado en contacto con otras. Si los investigadores
hubieran observado solo las langostas solitarias y las que tenían un largo
historial de vida en grupos, no habrían detectado las células nerviosas que
tienen un papel clave en la transformación.
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