martes, 24 de septiembre de 2013

LOS MICROBIOS INFLUYEN EN LA EVOLUCIÓN DE LOS ANIMALES EN CUYO INTERIOR VIVEN

noticiasdelaciencia.com
 
Cada persona no es exactamente una unidad. No sólo porque estamos hechos de seres que llamamos células, sino también porque portamos muchísimos microbios en nuestro interior. De hecho, los microbios de nuestro interior representan una mayoría invisible que es más importante de lo que suele creerse.

Reproducción artística de árbol genealógico creado en cultivo microbiano. (Imagen: Robert Brucker, Universidad Vanderbilt)

A estos microbios aposentados en nuestro interior de manera, en principio, pacífica, colectivamente se les llama microbioma. Es bien sabido que cada especie de animal o vegetal posee un microbioma distintivo.
Ahora, demostrando que una creencia muy aceptada hasta ahora por la comunidad científica es errónea, los resultados de una nueva investigación indican que estos inquilinos microbianos ejercen un papel importante en la evolución de los seres en cuyo interior habitan.
Este estudio proporciona la mayor evidencia hasta la fecha en apoyo de la polémica teoría de la evolución hologenómica, que propone que el objeto de la selección natural de Darwin no es sólo el organismo individual como él propuso, sino también su comunidad microbiana asociada. (El hologenoma incluye el genoma del organismo principal más los genomas de los organismos ajenos que viven dentro de él).
En la comunidad científica se ha tendido a creer que el origen de las especies está impulsado principalmente por cambios genéticos en el núcleo.
El estudio realizado por Robert M. Brucker y Seth R. Bordenstein, de la Universidad Vanderbilt, en Nashville, Tennessee, Estados Unidos, mostró que tanto el genoma nuclear como el microbioma deben ser considerados en un marco unificado de especiación.
Brucker y Bordenstein realizaron sus investigaciones usando tres especies de avispas parasitoides.
Estas avispas tienen un microbioma de 96 grupos distintos de microorganismos. Dos de las especies estudiadas (Nasonia giraulti y Nasonia longicornis) divergieron hace unos 400.000 años, y todavía están muy relacionadas genéticamente. Esta cercanía se refleja también en sus microbiomas, que cuentan con muchas similitudes. La tercera especie (Nasonia vitripennis) divergió hace 1 millón de años, así que hay mayores diferencias en su genoma y en su microbioma.
En sus observaciones, los investigadores constataron que la mortalidad de las crías híbridas de las dos especies estrechamente relacionadas era moderada, alrededor del 8 por ciento, mientras que la tasa de mortalidad de las crías híbridas entre cualquiera de ellas y la N. vitripennis era bastante alta, mayor que el 90 por ciento.
Los microbiomas de los híbridos viables parecían muy similares a los de sus padres, pero los microbiomas de aquellos que no sobrevivieron, eran muy diferentes y, en muchos aspectos, un tanto caóticos.
Brucker y Bordenstein demostraron que las incompatibilidades que estaban matando a los híbridos tenían una base microbiana. Lo demostraron al criar a las avispas en un ambiente sin microbios. Los híbridos sin gérmenes sobrevivían igual de bien que las larvas de "raza pura". Pero cuando los investigadores traspasaron microbios intestinales provenientes de híbridos con su microbioma correspondiente intacto, a los híbridos libres de gérmenes, la tasa de supervivencia de estos híbridos se desplomó.

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