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Las estrellas enanas rojas son el tipo más común de estrellas, comprendiendo el
80 por ciento de todas las estrellas del universo. Debido a ello, existe un
fuerte interés en determinar si, por su naturaleza especial, estas estrellas son
aptas o no para que surja vida en planetas a su alrededor. Diversas
investigaciones han llevado a buena parte de la comunidad científica a creer que
sí son aptas. Ahora, un nuevo estudio apunta a que las condiciones de
habitabilidad alrededor de estrellas de ese tipo probablemente sean más
precarias de lo creído, debido a un factor que no se tuvo muy en cuenta en las
investigaciones previas.
Recreación artística de un hipotético planeta en
órbita a una enana roja, dentro de la zona orbital habitable. La espectacular
aurora polar que se aprecia en un hemisferio de ese mundo ya indica claramente
el nivel de violencia de la actividad estelar a tan corta distancia. (Imagen:
David A. Aguilar, CfA)
La “zona orbital habitable” es la franja alrededor de una estrella donde el
calor de esta permite la existencia de agua líquida en la superficie de un
eventual planeta. Como las enanas rojas emiten mucho menos calor que las
estrellas como el Sol, tienen su zona orbital habitable mucho más cerca de ellas
que en el caso del Sol. Y esa cercanía tan notable de un planeta a su estrella
entraña peligros. La situación no es muy distinta a cuando, al tener que
arrimarnos mucho a un fuego para calentarnos, aumenta el riesgo de que alguna
brasa que salte hacia fuera nos alcance, y también es más probable que
respiremos una mayor cantidad de humo.
Estar tan cerca de una estrella enana roja, aún cuando sea bastante pacífica,
significa una mayor exposición a las ocasionales “tormentas solares”, con todos
los efectos nocivos que ello comporta.
Como si se tratase de los escudos deflectores de la famosa nave Enterprise de
la saga de ciencia-ficción Star Trek, el campo magnético de la Tierra nos
protege de las erupciones solares y otras manifestaciones tempestuosas del
Sol.
Sin embargo, incluso un campo magnético tan potente como el de la Tierra no
podría proteger tan bien a su planeta frente esa clase de fenómenos violentos a
la distancia de una enana roja que permita la existencia de agua líquida en tal
mundo. Y además, según los cálculos realizados en el nuevo estudio, el simple
“viento solar” emanado de la enana roja resultaría peligrosamente fuerte a tan
corta distancia.
El equipo de Ofer Cohen y Jeremy Drake, del Centro para la Astrofísica (CfA)
en Cambridge, Massachusetts, gestionado conjuntamente por la Universidad de
Harvard y el Instituto Smithsoniano, todas estas entidades en Estados Unidos, ha
determinado que aunque habría momentos en que los escudos magnéticos del planeta
se mantendrían firmes, abundarían más las ocasiones en que tales escudos
estarían demasiado debilitados.
Esto provocaría no pocos efectos nocivos para el mantenimiento de las
condiciones aptas para la vida en el planeta afectado. Además, a largo plazo,
tales mundos acabarían perdiendo su atmósfera, arrancada poco a poco por el
viento solar.
Para un observador hipotético en un planeta tan cercano a su estrella, habría
señales inequívocas de la magnitud de las fuerzas envueltas en la lucha y del
nivel de riesgo reinante, aunque disfrutase de una temperatura ambiental como en
las zonas templadas de la Tierra. Por ejemplo, las auroras polares serían
espectaculares, sin comparación con nada visto en la Tierra, ya que podrían
resultar 100.000 veces más fuertes que las de nuestro planeta.
A todo ello seguramente habría que agregarle el efecto de la cercanía de la
estrella sobre la rotación del planeta, que acaba estando sincronizada con su
traslación. Eso significa que el planeta termina girando sobre sí mismo de un
modo tal que siempre le muestra la misma cara a su estrella. En tales
circunstancias, dicha cara ostenta un eterno día, mientras que en el hemisferio
opuesto reina una noche perpetua. Obviamente, eso implica que el hemisferio
diurno del planeta tenderá a estar muy caliente, y el nocturno muy frío. La
presencia de una atmósfera puede suavizar esa diferencia de temperaturas, con
vientos que transporten aire caliente al hemisferio nocturno, y aire frío al
diurno. Pero eso tal vez no sea suficiente, sobre todo en el caso de planetas
muy cercanos al borde más interno de su zona orbital habitable, en los que se
acumularía demasiado calor. O, aunque sí hubiera una buena transferencia de
calor, el precio que habría que pagar posiblemente sería la existencia de
vientos tan destructivos como huracanes soplando constantemente.
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