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En restos fósiles de bacterias siderófilas, se ha descubierto un isótopo radiactivo del hierro que, según todos los indicios, corresponde a una supernova que estalló como tal en nuestro vecindario cósmico en la época en que esas bacterias vivieron. Ésta es la primera huella biológica probada de una supernova. La datación de la muestra extraída en la perforación realizada en el fondo del Océano Pacífico indica que la supernova dejó sentir sus efectos en la Tierra hace unos 2,2 millones de años.
Ejemplo de remanente de supernova: Casiopea A, a unos 11.000 años-luz. La explosión estelar ocurrió hace unos 330 años. (Foto: NASA JPL / Caltech / O. Krause, Observatorio Steward)
La mayoría de los elementos químicos se crea en las estrellas, y en las explosiones en supernova de éstas. Cuando una estrella termina su vida en un estallido gigantesco de esa clase, arroja la mayor parte de su masa al espacio. El Hierro-60, un isótopo radiactivo del hierro, se produce casi exclusivamente en dichas supernovas. Como su periodo de semidesintegración de 2,62 millones de años es corto en comparación con la edad de nuestro sistema solar (unos 4.600 millones de años), cualquier hallazgo de Hierro-60 en la Tierra indicaría que proviene de una supernova bastante reciente en nuestro vecindario cósmico. En el año 2004, científicos de la Universidad Técnica de Múnich, en Alemania, descubrieron Hierro-60 en la Tierra por vez primera, en una muestra de corteza de ferromanganeso obtenida del fondo del sector ecuatorial del Océano Pacífico. Su datación geológica indica que la supernova se manifestó en la Tierra hace unos 2,2 millones de años.
Las, así llamadas, bacterias magnetotácticas viven en los sedimentos de los océanos, cerca de la frontera entre el agua y tales sedimentos. Ellas forman en su interior celular cientos de cristales diminutos de magnetita, cada uno de aproximadamente 80 nanómetros de diámetro. Las bacterias magnetotácticas obtienen el hierro del polvo atmosférico que penetra en el océano.
Las, así llamadas, bacterias magnetotácticas viven en los sedimentos de los océanos, cerca de la frontera entre el agua y tales sedimentos. Ellas forman en su interior celular cientos de cristales diminutos de magnetita, cada uno de aproximadamente 80 nanómetros de diámetro. Las bacterias magnetotácticas obtienen el hierro del polvo atmosférico que penetra en el océano.
Shawn Bishop, astrofísico nuclear de la Universidad Técnica de Múnich, conjeturó, por tanto, que el Hierro-60 también debía estar presente en los cristales de magnetita producidos por bacterias magnetotácticas que vivían en el momento de la interacción de la supernova con nuestro planeta. A estos cristales bacterianos, al poder ser encontrados en los sedimentos mucho tiempo después de que sus bacterias han muerto, se les llama "magnetofósiles".
Shawn Bishop y sus colegas analizaron partes de un núcleo de sedimento del Océano Pacífico que abarca un registro desde hace 3,3 millones de años hasta hace 1,7 millones.
Y han encontrado un llamativo indicio de la presencia de átomos de Hierro-60 correspondiente a unos 2,2 millones de años atrás. Todo apunta a que esa huella de Hierro-60 se debe a restos de cadenas de magnetita formadas por bacterias magnetotácticas en el lecho marino cuando esos efectos de la supernova se dejaron sentir en la Tierra.
Shawn Bishop y sus colegas analizaron partes de un núcleo de sedimento del Océano Pacífico que abarca un registro desde hace 3,3 millones de años hasta hace 1,7 millones.
Y han encontrado un llamativo indicio de la presencia de átomos de Hierro-60 correspondiente a unos 2,2 millones de años atrás. Todo apunta a que esa huella de Hierro-60 se debe a restos de cadenas de magnetita formadas por bacterias magnetotácticas en el lecho marino cuando esos efectos de la supernova se dejaron sentir en la Tierra.
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