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Hasta ahora se pensaba que las rocas de origen volcánico encontradas en varios puntos de la cordillera cantábrica pertenecían a diferentes épocas. Sin embargo, un nuevo estudio revela que son coetáneas, es decir que hace 477 millones de años la erupción de un supervolcán afectó el norte de la península ibérica. Sus cenizas cubrieron el equivalente a la actual provincia de León, aunque nuevos estudios confirmarían que estas alcanzaron lo que hoy es la isla de Cerdeña. En la actualidad, la caldera de Yellowstone en EE UU es la que más probabilidades tiene de protagonizar una erupción supervolcánica.
Nube de cenizas de la erupción del volcán Pinatubo (Filipinas) en 1991, una de las más violentas del siglo XX. / Wikipedia
La actual península ibérica sufrió una gigantesca erupción volcánica hace 477 millones de años, cuando estaba ubicada en la costa de un gran continente llamado Gondwana y se hallaba cerca del polo sur. La datación precisa de una capa de cenizas volcánicas preservada en la cordillera cantábrica indica que las rocas de una vasta área son coetáneas y, por lo tanto, probablemente se originaron en una misma erupción que, por su gran volumen, tiene que corresponder a un supervolcán.
“Sabíamos que había rocas volcánicas en Asturias, León y Cantabria, pero no se consideraban una misma capa. Ahora hemos demostrado que tienen la misma edad, así que pertenecen a una misma erupción”, declara Gabriel Gutiérrez Alonso, investigador de la Universidad de Salamanca y autor principal del estudio publicado en la revista Tectonophysics.
En sus cálculos más conservadores, los científicos pueden asegurar que la cubierta de cenizas abarcó al menos unos 15.000 km2, un área equivalente a la provincia de León. La erupción habría emitido más de 80.000 millones de toneladas de rocas a la atmósfera y el volumen de cenizas habría alcanzado los 60 km3, aunque posteriormente esta piedra pómez pierde su porosidad original y en la actualidad se encuentra mucho más compacta por el efecto del peso de las rocas depositadas encima.
Con estos datos, sería una erupción de tipo “colosal”, que en el Índice de Explosividad Volcánica (VEI, por sus siglas en inglés) que utilizan los expertos alcanzaría un 6 en una escala del 1 al 8. En esta clasificación, cada valor supone que la erupción es 10 veces más virulenta que el valor inferior. Por ejemplo, la del Vesubio que acabó con Pompeya tiene un VEI de 5 y expulsó de 1 a 3 km3 de materiales a la atmósfera; y la del volcán Pinatubo (Filipinas), en 1991, un VEI 6 con más de 10 km3. En estos casos, las capas de ceniza se extienden por centenares o miles de km2.
Sin embargo, es posible que las dimensiones del supervolcán fuesen mucho mayores, puesto que hay zonas geográficas mucho más alejadas con rocas volcánicas similares que también podrían corresponder al mismo evento. Los científicos no descartan una erupción de tipo “megacolosal”, de un VEI de 7, con un volumen de cenizas de 600 km3 y 900.000 millones de toneladas que, en términos geográficos actuales, habría alcanzado todo el norte de la península, desde Galicia a la cordillera Ibérica, en Aragón.
Incluso podría haber tenido una magnitud VEI 8, de características “supervolcánicas-apocalípticas”, alcanzando Armórica (Francia) y Cerdeña (Italia) tras proyectar 1.000 km3 de cenizas a la atmósfera.
Extensión de las cenizas volcánicas según los tres escenarios. / G. Gutiérrez Alonso
Datación de alta precisión
Si aún no se puede confirmar el verdadero tamaño del evento es porque las dataciones que existen de las rocas volcánicas de los lugares donde estas se han estudiado no son tan precisas como las que recoge este estudio, realizado con muestras tomadas en varios puntos de Asturias y León.
Precisamente, la clave de esta investigación está en la datación geocronológica usando isótopos radiactivos en un mineral llamado circón, que ha determinado que todas las muestras tienen la misma antigüedad, es decir 477 millones de años, con una incertidumbre de un millón de años (un error de menos del 0,25%).
Esta precisión la ha obtenido el investigador Fernando Corfu en los laboratorios de la Universidad de Oslo (Noruega). En la investigación también han participado Juan Carlos Gutiérrez Marco (IGEO-CSIC), Javier Fernández Suárez (Universidad Complutense de Madrid) y Enrique Bernárdez (Universidad de Atacama, en Chile).
La capa de cenizas volcánicas en la cordillera cantábrica puede llegar a tener un metro de espesor y es explotada para obtener un mineral llamado caolín, que se utiliza, entre otras cosas, para la obtención de productos cerámicos de alta calidad.
Según el investigador Gabriel Gutiérrez Alonso, fue justamente en una de estas explotaciones, en Mina Conchita, donde fueron robados los explosivos utilizados en los atentados del 11M de Madrid en 2004. De este enclave asturiano procede también una de las muestras tomadas para esta investigación.
Otras dos también se tomaron en Asturias, en una antigua explotación en Peñaflor, cerca de Grado, y en Caravia (durante la perforación del túnel “Ordovícico” del Fabar); y una en el pantano de Barrios de Luna, de León.
Yellowstone puede ser el siguiente
Las erupciones volcánicas de “magnitud cataclísmica” ocurren con relativa frecuencia, entre 10.000 y 100.000 años y apenas duran semanas o meses. El último supervolcán conocido es el Toba, en la isla de Sumatra (Indonesia), cuya erupción hace 74.000 años tuvo grandes efectos climáticos en el planeta.
En Estados Unidos, la caldera de Yellowstone ha entrado en erupción tres veces en los últimos dos millones de años. La última vez fue hace 640.000 años. “Probablemente, es el más famoso y el que más probabilidades tiene de ser el próximo en volver a protagonizar una erupción supervolcánica, aunque también puede ocurrir en el entorno del Pacífico”, comenta el geólogo de la Universidad de Salamanca.
Para los especialistas, a mayor antigüedad, existen menos posibilidades de distinguir un evento de este tipo, ya que los depósitos de cenizas de gran espesor cubren enormes superficies que se suelen erosionar y acaban siendo muy difíciles de reconocer. Por ejemplo, en Europa los más parecidos a este supervolcán del norte de España habría que buscarlos en Escandinavia tan solo 14 millones de años después.
En cuanto a sus repercusiones para la vida del planeta, los cataclismos volcánicos más recientes no supusieron grandes extinciones globales. En el caso del de la península ibérica, en aquel momento ni siquiera existía vida colonizando la superficie de los continentes, solo en los océanos.
La capa de ceniza cubriría grandes extensiones de las partes menos profundas de un océano que se estaba formando en aquel momento, llamado Rheico, y probablemente aniquiló las formas de vida que vivían en el fondo marino en toda la región afectada. Aunque la ceniza habría permanecido en la atmósfera durante años, alterando su composición, la ausencia de vida fuera de las aguas habría minimizado el impacto de estos cambios.
Además, los científicos creen que se produjo una recuperación de la vida inmediata tras el depósito de las cenizas en el fondo del mar. La prueba es que en todos los lugares en los que se reconocen las cenizas se halla una capa en la que se pueden observar gran cantidad de perforaciones cilíndricas realizadas por seres vivos en los sedimentos, verticales en origen, que se denominan skolithos.
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